Cuando, en 2020, todo el planeta quedó confinado en casa, las emisiones de CO2 bajaron en picado, debido a la menor actividad de la industria y del mucho menor número de desplazamientos por carretera. Sin embargo, la concentración de CO2 en la atmósfera apenas sufrió una variación, pese a tan notable recorte. Enseguida organizaciones, grupos e individuos que niegan la influencia humana en el calentamiento global y/o los niveles de CO2, se apresuraron a señalar esa supuesta incongruencia entre emisiones y concentración de CO2 en la atmósfera, rechazando que vaya a afectar en modo alguno a la sociedad.
Un aproximamiento a este asunto, usando la lógica “del día a día” pareciera que otorgue la razón a los negacionistas del calentamiento global, “¿Cómo es posible que se emita mucho menos y no se note ni lo más mínimo? Igual es verdad, que es indicativo de que el ser humano es incapaz de tener alguna influencia sobre esto”.
Pero la ciencia, la misma en la que todo el mundo confía al viajar en avión, pese a que desafía toda lógica que un “cacharro de metal” se mantenga en el aire, nos cuenta otra historia con respecto al CO2 y su evolución a corto plazo.
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Dinámica y vida media del CO2
Vamos a explorar el concepto de vida media: por lo general, las sustancias no sé descomponen de golpe, sino que su desaparición sigue las normas de la estadística, de forma que, en un tiempo dado, la mitad de la muestra presente se haya transformado en otra cosa. Para el resto no afectado, empieza la cuenta de otro periodo igual, de forma que no desaparece la otra mitad en ese periodo, sino la mitad de esa mitad que había quedado. Y así indefinidamente. Quizá este gráfico sea más aclaratorio que mi explicación.
Como puedes comprobar en un tiempo t, que vamos a imaginar cómo 1 minuto, queda la mitad de la cantidad original, en 2t, 2 minutos, queda una cuarta parte (la mitad de la mitad), en 3 minutos una octava parte (la mitad, de la mitad de la mitad)… Éste tipo de cuenta es el que siguen muchos procesos de la naturaleza, desintegraciones nucleares, concentración de medicamentos en la sangre… y también la concentración de gases contaminantes en la atmósfera.
Ese tipo de comportamiento es bastante notable con los contaminantes de tipo “tóxico” (el CO2 es dañino al clima pero no es tóxico) que envenenan el aire de las ciudades, por ejemplo, el NO2. Éste gas, que causa afecciones respiratorias, tiene una vida media de 5 días, por lo que, en caso de cesar su emisión, causa problemas por poco tiempo. Además su concentración suele ser localizada, en las ciudades, por lo que el viento lo aleja de donde causa problemas, siendo precisamente la falta de viento lo que trae los episodios de alta contaminación.
En cambio, con el CO2 el problema es diferente. Para empezar su vida media es mucho más larga, lo que convierte su problemática en global. No me refiero a su vida larga en la atmósfera, donde dura poco tiempo, del orden de meses, sino en la biosfera, es decir en la masa de seres vivos que intercambian CO2 con la atmósfera. Este hecho es utilizado como argumento por los negacionistas, diciendo por ejemplo que es el gas de la vida, exagerando el hecho de que, sin CO2, no existiría la vida en la tierra, no al nivel actual, y obviando el hecho de que no es su presencia el problema, sino la concentración de CO2 en la atmósfera.
Como decía, en la biosfera el CO2 dura mucho tiempo, porque según se emite una molécula de CO2, pasa poco tiempo hasta que algún organismo autótrofo (planta, alga, bacteria fotosintética…) lo absorbe para su metabolismo y lo convierte en otro compuesto, sea este, y no limitado a estos y en orden de vida media, azúcar, almidón, celulosa, lignina… En un futuro más o menos cercano o lejano, dependiendo de qué compuesto se trate, esos átomos de carbono atrapados por ese organismo, terminarán en la atmósfera de nuevo. Ese tiempo será corto en el caso del azúcar (típicamente pocas horas o días), meses en el caso del almidón o las grasas, de meses a años en el caso de la celulosa o varios siglos en el caso de la lignina.
Los procesos a través de los cuales ese carbono vuelve a la atmósfera son muy variados. Aquí los mostraré necesariamente reducidos y simplificados, dado que este artículo no pretende ser un tratado de bioquímica. En el caso del azúcar suele ser por la propia respiración celular es decir, el carbono se absorbe durante el día (es la forma que tienen las plantas de absorber energía del sol) para formar parte de una molécula de azúcar, posteriormente, por la noche, esa molécula de azúcar es usada como energía, por parte de la planta, durante la noche. Este, el caso del azúcar es el protagonista de la casi totalidad de intercambios de carbono con la atmósfera. Ese azúcar puede emplearse también para formar almidón o grasa, donde el organismo almacena energía a más largo plazo, o para formar celulosa o lignina que sirven para formar el tallo, tronco o ramas de las plantas y árboles. En estos últimos casos se puede aproximar a permanente la duración de esa celulosa o lignina… mientras la planta siga viva.
En el momento en que esa planta o árbol muera, tarde o pronto, cerca del 100% de ese carbono terminará de nuevo en la atmósfera, sea por que se ha quemado en un incendio, o simplemente en la chimenea o caldera de alguien, o sea por que se termina pudriendo. Solamente en unos pocos casos ese carbono termina secuestrado en las profundidades de la Tierra en formas más o menos estables. En algún caso un animal se alimenta de esa planta e incorpora ese carbono a sus huesos o caparazón, en otros es absorbido por las rocas del suelo, o a veces se dan las circunstancias propicias para que la materia orgánica no se pudra y se acumule, de forma que queda sepultada y mediante distintos procesos químicos y físicos termina convertida en carbón, petróleo, gas… Es decir, el carbono, en forma de CO2, en la atmósfera dura muy poco, pero en la biosfera forma parte de un ciclo en el que es absorbido y emitido sin parar, un ciclo que, en una probabilidad infinitesimal, termina en una forma estable de compuesto carbónico.
Por eso el CO2 tiene una vida media tan larga que se estima en un siglo, y por eso de cada kilogramo que emitimos hoy, una cuarta parte estará complicando la vida a las personas que vivan dentro de 200 años. Eso explica también que, pese al parón de emisiones de CO2, a principio de año, a causa de la pandemia, la concentración de CO2 en la atmósfera no ha retrocedido ni lo más mínimo, retomando la senda alcista habitual en cuando se recuperó la movilidad y actividad económica.
Reduciendo la concentración de CO2 en la atmósfera
Una forma “popular” que se suele esgrimir para desacreditar que haya que reducir emisiones de CO2, es que suele decirse “pues que planten más árboles”. Si bien es cierto que los árboles absorben enormes cantidades de CO2, también es cierto que esos árboles, en cierto momento mueren, de forma natural o talados, y en ese momento empieza su devolución a la atmósfera de todo el CO2 que retiraron de ella. En algún caso de forma muy lenta, a lo largo de varias décadas, si simplemente se pudre, en otros de forma rápida si se quema. Si la madera se emplea para usos constructivos, se puede considerar estable, hasta el fin de la vida útil del bien que se ha construido con ella. Eso puede ocurrir en pocos años o puede que en siglos. De cualquier manera todo el CO2 absorbido por el árbol resulta reintegrado a la atmósfera en algún momento. Por eso, no sirve el almacenamiento “biológico” de CO2, más que como barrera temporal. Un ejemplo sería poner un cubo debajo de un grifo mal cerrado: cuando el cubo se termine llenando, va a rebosar y salir el agua, no sirviendo de nada. La solución no es poner un cubo, sino cerrar bien el grifo.
Como curiosidad, durante un tiempo se valoró esta idea acerca de el secuestro de CO2: Aproximadamente coincidente en el tiempo con la costumbre, inmortalizada por los videos captados por diversas organizaciones ecologistas del vertido de residuos nucleares al océano dentro de bidones, una propuesta decía que, dadas las grandes presiones reinantes en las fosas oceánicas, era posible bombear CO2 en fase líquida allí, y fruto de esa presión quedaría en fase líquida mientras permaneciese allí, cuestión asegurada por la mayor densidad del CO2 respecto al agua, por lo que, por su mayor peso, quedaría en el fondo. Hoy en día pocas personas no quedarían horrorizadas ante la idea, cuanto más que hoy se sabe lo que entonces ya se intuía, que las fosas oceánicas están llenas de vida, que quedaría lógicamente arrasada por esa práctica que, por suerte no se llevó a cabo.
Consecuencias que valora la ciencia
Si eres de los que piensan que todo esto del CO2 y el calentamiento global es un complot, te sugiero que leas el punto 2 de este artículo, confrontes tus ideas con las mías y busques mis errores. Si te falta información, sigue leyendo.
El calentamiento global no supone que en todos los sitios haga más calor, aunque sí que aumenta la probabilidad de que sea así a nivel regional, si lo medimos a lo largo del año entero, y si se mide a nivel global el aumento es real (no probable) y medible. De hecho, cuando se habla de “X grados de aumento de las temperaturas”, se asume que se trata de la media global y referida a los niveles, más o menos estables, que existían antes de empezar a explotar combustibles fósiles.
Para empezar eso supone que las precipitaciones en forma de nieve son menos probables o imposibles, según el sitio, haciendo que los glaciares pierdan masa de hielo. Lo mismo ocurre con las zonas árticas y antárticas. Como hay zonas en que el hielo se funde en verano, dependen de la acumulación de nieve en invierno para mantener su volumen. Si no pueden mantenerlo, ese hielo que antes estaba sobre tierra, convertido en agua, termina en los océanos, aumentando su altura. Se estima que si se fundiera toda la cobertura helada de Groenlandia, cosa nada descartable (en verano de 2021 se registró lluvia en una cumbre de Groenlandia a 3.200 metros de altitud, donde nunca antes se había registrado), el nivel de los océanos subiría 7 metros. Yéndose al improbable extremo de que ocurriera lo mismo con la Antártida, los océanos crecerían unos horripilantes 60 metros. Una superficie desprovista de hielo y nieve es más oscura, absorbiendo el calor más eficientemente, de forma que se calienta más, realimentando el proceso cada vez más deprisa.
Esto relatado hasta ahora es quizá la parte más visible de la problemática, pero no la más grave. Todo ese volumen de agua dulce y fría fluyendo a los océanos podría estar frenando la circulación termohalina, que es lo que permite que el norte de Europa tenga un clima mucho más templado que el que le correspondería. Como vemos, no es necesario que la temperatura suba en todos los sitios, hay partes donde puede hacer más frío. La siguiente pregunta es ¿dónde acaba todo ese calor que no va a calentar las costas europeas?. Pues no se va a ningún sitio, se queda donde estaba, en vez de viajar miles de kilómetros, se queda en donde se originó, los trópicos, aumentando la temperatura del océano en esos sitios y consiguientemente la evaporación y formación de nubes. Unos océanos más cálidos aumentan los fenómenos de tipo tormentoso y ciclónico, por lo que los eventos meteorológicos destructivos verán incrementada su probabilidad de ocurrir (inundaciones, huracanes, etc…). El sur de Europa tenderá a desertificarse, con sequías más prolongadas y profundas, interrumpidas por breves, repentinas y copiosas tormentas con mayor capacidad destructiva, vía inundaciones.
Estas serían las consecuencias climáticas, pero la circulación termohalina también moviliza enormes cantidades de nutrientes, alimentando los caladeros que han proporcionado pescado a la humanidad durante siglos. Esos caladeros no van a desaparecer por ello, al menos no más que debido a la sobreexplotación, pero cambiarán de sitio, tal vez a sitios menos accesibles, condenando a regiones que hasta ahora han tenido en el pescado o marisco uno de sus principales modos de vida.
En fin, esto tampoco pretende ser un tratado sobre climatología, hay abundante información en la red para el que quiera leerla, de fuentes oficiales y fiables. Solo quiero remarcar que, aunque no apocalíptico, el calentamiento global y sus consecuencias económicas y sociales, van a ser bastante duros, quizá no para ti que lees esto, pero sí para los que hoy son niños o están por nacer.
Pd: Con la erupción del nuevo volcán en la isla de La Palma se está alimentando cierto discurso sobre que, emite mucho más CO2 el volcán, extensible al resto de volcanes mundiales, que toda nuestra industria y todos nuestros vehículos, terrestres, marinos y aéreos. Esa cantidad de CO2 está más que cuantificada, resultando en una fracción infinitesimal de todo el CO2 que liberamos nosotros.
¿Qué puedo hacer yo?
No te voy a engañar, no puedes solucionar el problema tú sólo, pero sí puedes hacer muchas cosas que pueden tener una influencia bastante importante. Para empezar, puedes reducir tu impacto directo. Ello implica las emisiones que realizas por ti mismo, en transporte, climatización, etc… y las emisiones que se realizan por tu consumo directo de productos y servicios.
En cuanto a tus emisiones directas, la parte mayoritaria, con gran diferencia, se la llevan el coche y la climatización. Se ha calculado que usar un coche eléctrico o un híbrido enchufable PHEV (que sea usado responsablemente, cargando su batería a diario) reduce las emisiones en el ciclo de vida (desde la fabricación al desguace) de un coche a una tercera o cuarta parte, según el mix eléctrico y país de fabricación, lo que es una reducción bastante importante que se reducirá en los próximos años por la mayor contribución de renovables y se puede reducir, aún más si se hace uso del transporte público cuando sea posible y conveniente. Ello tiene un impacto positivo, no solo en el problema del calentamiento global, sino en la calidad del aire de las ciudades.
Si dispones de una plaza de garaje, es una opción a tener muy en cuenta y que va a suponer unos cambios mínimos en tu forma de vida, aportando una mejora sustancial en otros aspectos. Esta web está llena de ejemplos. Incluso aunque hagas algún viaje largo al año, pues la red de recarga está creciendo a pasos agigantados (y más que lo va a hacer en el futuro). He de recalcar que NO es necesario pedir permiso a nadie para instalar un punto de recarga en una plaza de tu propiedad.
Si no dispones de plaza de garaje, he de reconocer que, tal vez, no haya llegado tu momento de cambiar, aunque algunos usuarios utilizan sin problemas un coche eléctrico sin disponer de sitio fijo donde cargar. Pero eso no quiere decir que debas comprar un nuevo diesel, gasolina o híbrido (sí, un híbrido, o uno a gas, emiten casi lo mismo), que estará emitiendo CO2 durante 15-20 años más. Al contrario, aguanta con tu actual coche, si es posible, o haz uso de la segunda mano, fomenta el efecto Osborne y aprovéchate de él. En pocos años, con la cantidad de dinero que está entrando con los fondos EU Next Generation, es muy probable que puedas cargar un coche eléctrico en la calle sin que te cause ningún inconveniente, como ya se hace en otros países.
Por la parte de climatización, si está basada en tecnologías eléctricas de alta eficiencia, como la bomba de calor o aerotermia, su emisión de CO2 baja también a un tercio o menos. Este tipo de tecnología se puede emplear también, de forma integrada con la calefacción, o por separado en forma del popular termo, pero funcionando con bomba de calor, para la producción de agua caliente. Esta última opción, especialmente, es muy adecuada para bloques de pisos, sustituyendo directamente un termo tradicional con muy pocos cambios. En cuanto a la calefacción, ya es un tema a estudiar cada caso concreto, pero en la mayoría de casos se podrá hacer también con pocos cambios.
El resto de consumos domésticos vienen protagonizados por el frigorífico, lavadora y lavavajillas. Escogiendo opciones eficientes en la compra (etiqueta energética A+ y superiores) se reduce su consumo y, por tanto, las emisiones de CO2 necesarias para hacerlos funcionar, sin ninguna merma en su funcionalidad o calidad. Por último, la iluminación LED ya ha madurado suficiente para ser capaz desplazar ventajosamente a cualquier alternativa incandescente o fluorescente, siendo conveniente evitar las bombillas de menos calidad, por su baja duración.
Para alimentar todo esto, se puede confiar en la red eléctrica que ya está suficientemente descarbonizada, y más que lo va a estar en el futuro, o se puede optar por generar uno mismo su propia energía. Esta opción de momento es más difícil de hacer en un bloque de pisos, al necesitar de acuerdo entre los propietarios, que quizá todavía no ven las ventajas económicas de instalar placas fotovoltaicas para autoconsumo, aunque se están planteando comunidades energéticas que son el futuro, pero en el caso de viviendas unifamiliares, es una excelente idea para reducir emisiones y ahorrar, dado que la amortización, con las ayudas públicas disponibles llega en muy pocos años, de forma que a partir de ese momento, la energía sale completamente gratis, ya que la vida útil de la instalación es de varias decenas de años.
En cuanto a tus emisiones indirectas, se pueden limitar y mucho, haciendo un consumo responsable de productos locales y de temporada. También tiene influencia que los productos alimenticios estén muy procesados y sobreenvasados. En cualquier caso, tanto si van sobreenvasados, cualquier tipo de envase, alimentario o no, por ley debe poder ser reciclado, de forma que una de las formas de evitar emisiones indirectas es depositar convenientemente los envases en el correspondiente contenedor, sea de envases o de vidrio, de forma que se evite la extracción de nuevas materias primas y su refino, que en algunos casos consume mucha energía, con emisión de CO2.
En cuanto a este tema, el reciclaje, es importante también, allí donde el Ayuntamiento haya provisto de contenedor para separar residuos orgánicos (no confundir con el de “basura en general”), depositar allí cualquier resto de alimentos, pues de lo contrario es probable que acabe, en el mejor caso en una incineradora, donde se suele consumir gas para mejorar la quema de los residuos, además de generarse cenizas tóxicas, y en el peor, en un vertedero que, aunque sea controlado y con todos los permisos y garantías, supone una fuente de contaminación del subsuelo, de las aguas subterráneas, y de emisión de gases, algunos simplemente molestos por su olor, pero entre los que se encuentra el metano, gas con un efecto invernadero 84 veces más potente que el CO2.
En cambio, de ser depositados en un contenedor de orgánico, todos esos restos de alimentos son procesados de forma que se convierten en un material similar a la tierra y que sirve como abono, o para mejora de suelos o incluso como sustrato para plantas, de forma que, en vez de ser un residuo que hay dar tratamiento con su coste, se convierte en compost, un recurso útil y valioso. Por último es importante no arrojar otro tipo de residuos a ese contenedor, como, por ejemplo plásticos, pues perjudican la calidad del compost final. Este de los plásticos es un caso tristemente habitual, dado que algunas personas arrojan sus residuos al contenedor, cuidando el contenido, pero descuidando la bolsa en la que los arrojan, de plástico ordinario en vez de plástico compostable. En la mayoría de Ayuntamientos, para evitar esta práctica, se distribuyen gratuitamente bolsas de material adecuado.
La solución por parte de la sociedad
Por la parte que no controlamos nosotros también se puede hacer algo. Mismamente, al leer este artículo, si le das difusión, ya estás contribuyendo al cambio que debe acometer la sociedad, y con el ejemplo de cumplir la mayor parte de lo descrito en el anterior punto, el ejemplo cundirá en tus vecinos, sobre todo si les haces ver que ahorras dinero ya que, no nos vamos a engañar, el dinero todavía es una parte importante en los parámetros que guían una decisión de compra. Ojo, no se trata de convencer sobre un ahorro inexistente, ya que, todo lo que he relatado produce un ahorro neto que se hace evidente desde el primer minuto.
Aquí alguien se preguntará que, cómo puede ser que siendo tan ventajosas, esas opciones no sean adoptadas por parte de la sociedad. ¿Dónde está el gato encerrado?. Bien, el gato está… en todo lo demás, en cómo los operadores energéticos y los fabricantes de tecnologías obsoletas nos convencen, con la publicidad y la presión de sus lobbys sobre los órganos legislativos, de que sus tecnologías son más económicas, más convenientes… superiores en una palabra, cuando en realidad no sólo no lo son, siendo en algunos aspectos inferiores, sino que además causan un daño incalculable a todo lo común.
Adoptando, como decía, tecnologías y hábitos de consumo eficientes, no sólo energéticamente, sino también económicamente, ya envías un mensaje al mercado de que no queremos tecnología obsoleta y dañina, pero también como expresaba en el párrafo anterior, se lo envías a los ciudadanos que te rodean, que ven como hay alternativa, y que es real, conveniente, cómoda y económica.
Sin embargo falta algo, pues nuestra influencia es necesariamente limitada, y es que nada puede cambiar si no cambian las instituciones, por ello, en el momento de votar a nuestros representantes políticos, es necesario hacer una criba adicional e incorporar el factor medioambiental a la intención de voto. Aquí no se trata de votar a la izquierda o a la derecha, aunque parezca que sí, y es que en España, en ese sentido, la política está sesgada desde el punto de que ciertas corrientes desprecian completamente la problemática del calentamiento global y el medio ambiente en general, cuando no son manifiestamente contrarios, pareciendo que el tratamiento del problema está monopolizado por la corriente contraria, que tampoco es que haga un trabajo excepcional en ello, todo sea dicho.
Eso no ocurre en otros países, por ejemplo Alemania, donde Die Grünen (Los Verdes), han gobernado en coalición tanto con la izquierda en el Gobierno Federal (con el SPD, que guarda similitudes con nuestro PSOE), como con la derecha en algunos Estados (tanto con la CDU, que podría parecerse a nuestro PP, como con los liberales, similares a nuestro Ciudadanos), siendo en alguno el partidos más votado. Se demuestra pues que el tratamiento de la problemática medioambiental y climática no entiende de ideologías, aunque nuestros representantes políticos quieran hacernos creer que sí, y que en democracias más avanzadas que la nuestra, la preocupación por el daño que hacemos al medio ambiente que nos sustenta, es una preocupación de primer orden.
¿A qué iba todo esto? A que otra forma, muy potente, de contribuir a dejar algún futuro a nuestros hijos, es elegir a nuestros representantes en consecuencia, descartando aquellas opciones que, o bien, desprecian el problema, o bien hayan demostrado no darle el protagonismo que realmente tiene, pese a que lo incluyan en su programa. Con eso quedaría concluida la aportación que puede hacer uno mismo por fomentar que nuestra sociedad y cultura tenga continuidad, cosa que queda en duda de continuar la senda actual.
Y es que, como suelo decir: Esto de combatir el calentamiento global, no se hace por el planeta, ni por los animales, ni “por los osos polares o la foca ártica”, se hace por nosotros. El planeta seguirá rotando y dando vueltas alrededor del Sol, y la vida habrá sufrido un periodo de extinción masiva, uno más, de los que ya lleva unos cuantos, pero se recuperará. Sin nosotros.
Actualización: La mayoría de este artículo fue escrito antes del estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania. Como todo el mundo sabe este conflicto ha puesto a Europa contra las cuerdas en materia de suministro energético, pues gran parte de la energía que consumimos viene de Rusia. Todos los consejos que se dan aquí, sirven para reducir la dependencia energética de terceros países, como Rusia y para reducir las facturas que pagamos cada ciudadano por la electricidad, el gas o los combustibles de automoción, ya que, mientras que los combustibles, salvo en algún país concreto, suelen ser importados (en el caso de España, eso ocurre con la totalidad del gas o petróleo), y aunque parte de la electricidad se genere con gas importado, la mayoría de ella procede de fuentes energéticas propias, de origen renovable. |