Salvo unas pocas excepciones, como los taxis o VTC que trabajan a tres turnos, lo normal es que un coche esté parado varias horas al día. Ese tiempo suele ser más que suficiente para recargar las baterías de un coche eléctrico, o al menos recuperar la autonomía necesaria para el día siguiente. Pero para eso hacen falta puntos de carga lenta, y no todos los españoles tenemos acceso a un enchufe propio.
Para simplificar esta explicación, llamaremos recarga lenta a la que se efectúa en corriente alterna y con intensidades bajas, entre 2,3 kW (10 amperios) y 7,4 kW (32 amperios). Como las capacidades de las baterías suelen estar entre los 40 y 80 kWh, una recarga completa dura varias horas. Por lo tanto, las recargas lentas tienen sentido en cualquier situación en la que el vehículo va a estar parado de una forma o de otra.
El auge del coche eléctrico está teniendo como consecuencia la proliferación de puntos de recarga lenta, también denominados puntos de recarga de oportunidad. Se trata de aprovechar esos tiempos muertos para recuperar autonomía. Puede ser en mitad de la calle, en un restaurante, en el gimnasio, en el trabajo, o en un centro comercial. Nadie que tenga un mínimo de prisa va a utilizarlos.
Nos hemos acostumbrado a que los surtidores de combustibles fósiles pueden llenar el depósito en un par de minutos. Es una recarga ultramegarrápida, porque si 50 litros se pueden servir en 2 minutos, nos salen de media 900 MWh (consideramos que 1 litro de combustible tiene por lo menos 10 kWh de energía química). Bajo ese punto de vista, resulta irrelevante cuántas horas va a estar el vehículo parado, no hay surtidores que tarden horas y salgan más baratos que los convencionales.
Pero con los coches eléctricos la velocidad importa mucho, porque se asocia a la potencia. Recargar rápidamente cuesta más porque la electricidad en alta potencia es cara, y la infraestructura también lo es. Partiendo de esa obviedad, resulta inviable llenar las calles y carreteras de cargadores de alta potencia, pondrían en jaque la gestión del sistema eléctrico. En cambio, la recarga lenta facilita mucho las cosas y el sistema soportaría millones cargando a la vez.
Y dado que no todo el mundo tiene acceso a un enchufe propio -o alquilado, pero con disponibilidad exclusiva-, la falta de puntos de carga lenta dificulta la adopción de los coches eléctricos a un segmento nada despreciable de la población. En otras palabras, para pasarse a lo eléctrico necesitan tener cierta facilidad de acceder a un punto de recarga de un tercero.
“No se pueden poner enchufes en todas partes”
Tal vez no, pero una solución al problema de dónde cargar es generalizar la adaptación de farolas para aprovechar el cableado existente y convertirlas en puntos de recarga lenta. Si estamos en una calle donde hay varias oportunidades para recargar, deja de ser imprescindible tener una plaza de aparcamiento propia o alquilada. Obviamente, que exista suficiente disponibilidad es otro aspecto importante.
Con la recarga lenta se puede dar la paradoja de que el tiempo no importe. Es decir, si el vehículo va a estar parado 8 horas mínimo, no importa si ha tardado en recargarse 3 horas o 7 y media, lo importante es que a las 8 horas esté cargado al nivel deseable. Es más, se puede ralentizar el ritmo de recarga para optimizar el funcionamiento de la red, y que no afecte a la movilidad de los usuarios. Otra interesante paradoja.
Si la ansiedad por la autonomía se origina en no saber si se va a poder recargar antes de llegar al 0%, ese problema se neutraliza cuando existe la certeza de poder recargar sin que afecte a nuestra movilidad. Y eso cambia radicalmente cuando se amplían las oportunidades de recarga. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor, y vamos a ver que florecen como setas en monte húmedo.
Los puntos de recarga lenta, como los de recarga rápida, no se suelen instalar por amor a los demás o filantropía, tienen un coste y alguien tiene que pagarlo. Y dado que el coste de su instalación y mantenimiento es muy inferior al de los puntos de recarga rápida, vamos a soltar otra obviedad: cada euro de dinero público que se usa para subvencionar puntos de recarga produce más beneficio colectivo cuando se usa para carga lenta.
La iniciativa privada coloca puntos de recarga lenta para dar un servicio que atraiga clientela (y pueda recuperarse el coste por otro lado), o para facilitar la vida a sus trabajadores, o simplemente para sacarles una rentabilidad. Las subvenciones cambian ese panorama, pero se tienen que hacer bien las cosas desde el principio y, al menos, obtener en algún momento una amortización por dicha infraestructura y que se recupere el montante de la ayuda.
A la hora de adquirir un vehículo eléctrico, no hay que pensar en lo excepcional (los viajes que pensamos hacer) sino en lo habitual: ¿podré recargar fácilmente sin plaza de garaje? ¿tendré autonomía de un día a otro para mis necesidades de movilidad? ¿será a un precio ventajoso respecto al usar gasolina o gasóleo? ¿puedo hacer vida normal sin pisar una gasolinera?
Los que tuvieron claras las respuestas ya están disfrutando de una movilidad más económica, más agradable, y sin tener que pisar una gasolinera salvo necesidades muy puntuales. Y lo habitual está relacionado con los puntos de recarga lenta (o la falta de).
1 Comentario. Dejar nuevo
Justo le comentaba en twitter a @ValdesL2 que la empresa americana itselectric tiene una solución muy buena para el despliegue de puntos de carga lenta, ojalá ver algo parecido en las calles de las ciudades donde la gente no tenemos plaza de garaje