En el artículo anterior #1 puedes leer La experiencia de alquilar un vehículo eléctrico a un precio similar al de un Ford Focus, el primero de la serie de la ruta con un Model S por USA.
Llegó el momento de arrancar y empezar el viaje, donde todo el ruido de la ciudad quedó atrapado en el silencio absoluto del motor. Abrimos el techo solar, pusimos la música bien alta: empezamos a flotar por encima del asfalto de San Francisco. Con un GPS desplegado en ambas pantallas, fue imposible perderse hasta llegar al primer Supercharger de Dublin, California. Casualmente, en este lugar se encuentra el cargador con más demanda y entrega de energía de toda la red mundial de Tesla. Fuimos los afortunados de ocupar la última plaza libre del cargador. En ese instante, detectamos lo que habíamos leído en otros foros: al estar todos los cargadores completos, la carga que se nos suministraba no llegaba a su máximo (120kW), llegando tan sólo a la mitad (60kW). Viéndonos obligados a estar cargando más tiempo del indicado, nos adentramos a ver qué había alrededor del cargador. A tan sólo 20 metros se encontraba una tienda Tesla y, con el calor de media mañana empezando a apretar, nos adentramos en busca de un poco de frescor. Sólo pasar por la puerta dimos en la diana: ¡un Tesla Model 3 color rojo en exposición! Muy amablemente los vendedores nos enseñaron el coche y nos explicaron con todo detalle todo sobre éste (excepto fechas y precios de llegada a Europa, desafortunadamente). Fue gracioso que lo que más nos sorprendió fue su enorme maletero trasero. Una vez ya con la curiosidad alimentada, volvimos al vehículo donde aguardaba ya con la carga al 80%, suficiente para llegar hasta el siguiente cargador.
Dos horas más tarde llegaríamos al segundo supercharger: en Groveland. Éste se encontraba a escasas millas de la entrada del primer parque y aprovecharíamos el lugar para comer. Necesitábamos salir con el 95-100% de batería para garantizar que tendríamos autonomía suficiente para visitar el parque durante la tarde y llegar a Mammoth Lakes al atardecer. Esta vez el cargador se encontraba en un pequeño aparcamiento donde estábamos totalmente solos. ¡Menuda diferencia respecto Dublin! Esta vez el cargador llegó a cargar a 110kW. Y para nuestra grata sorpresa, el cargador se encontraba en un pequeño y típico pueblo americano rodeado de prados alpinos. Sin quererlo ni saberlo, entramos a comer en lo que actualmente es la taberna más antigua de California y una de las licorerías más antiguas de Estados Unidos: el Iron Door Saloon. ¡Qué lugar tan pintoresco! Y pensar que mientras disfrutábamos de una buena hamburguesa americana con aros de cebolla, nuestro coche se estaba cargando gratuitamente para proseguir con la ruta con un Model S por USA…
Una vez todos teníamos las pilas bien cargadas, nos dirigimos definitivamente a Yosemite. Mientras el bosque se hacía más profundo y bajábamos hasta el centro del valle, hacíamos uso de la frenada regenerativa. Esta función no sólo nos ahorraba pisar el freno sino que aprovechaba para recargar batería. Este modo en sí no era ninguna novedad para nosotros, pero lo que sí que nos sorprendió fue la gran capacidad de recuperación de energía. Salimos de Groveland con 255 millas (410 km) de autonomía y cuando llegamos al fondo del valle estábamos en 218 millas. Eso significa que habíamos “consumido” 37 millas cuando realmente habíamos recorrido 48 millas. ¡Bajando hasta el final del valle habíamos recuperado casi 10 millas (16 km)! Este factor nos dio tranquilidad absoluta para recorrer el parque sin miedo a quedarnos cortos. Con 120 millas (193 km) que nos quedaban hasta Mammoth Lakes, fuimos por la famosa Tioga Road, una carretera donde pararse en cada esquina y disfrutar de la madre naturaleza. Recorrer todos los prados alpinos de Yosemite pensando que no estábamos dejando un gramo de CO2 nos dio una satisfacción enorme.
Al final de la tarde llegamos finalmente a Mammoth Lakes, donde se encontraba el último cargador de la jornada. Después de muchos cálculos en casa, nos salió que llegaríamos con el 19% de batería al destino si todo iba bien. Fue entonces cuando Tesla nos demostró de qué pasta estaban hechas sus baterías llegando con el 33%. Cargamos el coche mientras cenamos y nos fuimos a descansar. Al día siguiente tocaba Death Valley y Las Vegas. Viendo lo visto: ¿qué podía salir mal?
Día 2: Death Valley
Con la batería del coche cargada al 95% y un frío que congelaba, parecía mentira que nos fuéramos a dirigir a uno de los lugares más calurosos del planeta. Partimos dirección Lone Pine, un pueblo a 100 millas (160 km) de distancia, donde cargaríamos el coche antes de adentrarnos a Death Valley. El calor dentro del valle puede llegar a los 122ºF (50ºC) durante un día normal de julio, por lo que cualquier acto de prevención era bienvenido. Al llegar a Lone Pine, lugar histórico para aquellos a los que les gustan las películas de Western, la temperatura ya empezaba a apretar. En esos instantes nos dimos cuenta de un curioso y singular detalle: cuanto más lejos nos encontrábamos de cualquier ciudad y más nos adentrábamos en el desierto, menos coches eléctricos se veían. En San Francisco estaba lleno, en Yosemite raramente se veía alguno y en Lone Pine ya estábamos completamente solos. Tendríamos un clima extremo, sin cobertura, cero recursos y la imagen del cuentakilómetros seguía en nuestra mente: la inseguridad se respiraba en el ambiente. Nos preparamos como si fuésemos a una batalla: botellas de agua, hielo, comida, provisiones, móviles cargados… nos adentrábamos en uno de los lugares más desoladores del planeta y no teníamos margen de error.
Una vez recuperamos la marcha, empezaba la gran aventura. Cada milla, un grado más en el termómetro. El paisaje era cada vez más monótono y menos verde. Era como conducir por una paleta de marrones, tonos anaranjados y blancos donde todo se llenaba de tierra y arena. Pocos eran los coches que transitaban por esas interminables carreteras. Algunos de ellos, coches de pruebas bajo su chasis de camuflaje: estábamos entrando en zona extrema.
Nos habían avisado en un foro de Tesla (Teslarati) que nos tomáramos las subidas con calma para ahorrar en autonomía e ir más tranquilos. No obstante, entre toda la incertidumbre, contábamos con la física a nuestro favor: sabíamos que a más temperatura y menos humedad en el ambiente, menos fricción. Si hay menos fricción, la autonomía del coche aumenta. La verdad es que, tal vez ganáramos autonomía, pero con el aire acondicionado al máximo apenas se notó. La frenada regenerativa seguía ayudando y mucho, pero el coche ya no iba tan cómodo como antes.
Llegamos a una zona de dunas blancas con 178 millas (286 km) de autonomía. No íbamos mal de batería, pero tampoco sobrados. El ambiente ya era insoportable, el coche ardía por fuera y aún nos faltaba llegar a Badwater Basin, el lugar más profundo y caluroso del valle. Con la precaución sobre el volante, nos acercábamos al punto clave. A falta de 1 milla (1,6 km) para llegar al destino, sobre el asfalto vimos que había pequeñas piedras y gravilla, en las que no te hubieras ni fijado en un día normal. En el instante que pasamos por encima, el coche empezó a rugir. El sonido era estremecedor: se podía escuchar perfectamente como todas las piedras se centrifugaban debajo de nuestros pies. En ese instante llegaron los sudores fríos y las suposiciones de qué demonios podría estar pasando. Mientras el sonido cada vez era más insoportable, ninguna de las pantallas mostraba mensajes de alerta. Todo parecía bajo control según Tesla, mientras nosotros solo escuchábamos las piedras impactarse una y otra vez por la zona inferior. Mientras reducíamos cada vez más la velocidad, el refrigerador de baterías sonaba más y más fuerte. Decidimos parar totalmente en la cuneta. Por curiosidad, puse la ruta hacia el cargador más cercano para ver con qué porcentaje de batería llegaríamos desde donde nos encontrábamos: ¡14% bajo cero! Y allí estábamos, en el lugar más profundo del valle de la muerte, en pleno mediodía a 121ºF (49ºC) y sin saber qué estaba pasando. Todo había cambiado en un instante. Nos sentíamos náufragos en un mar de rocas saladas.
No había cobertura. No podíamos salir del coche. Si nos estirábamos en el suelo nos quemaríamos la piel. Y en ese instante, a diez mil kilómetros de casa, entendimos por qué alguien decidió ponerle el nombre de “valle de la muerte” a ese lugar. Nos veíamos en las portadas de los diarios más sensacionalistas.
Se forzó la calma y la serenidad: debíamos salir del valle como fuera y llegar a un lugar seguro. Quisimos parar el vehículo, pero éste no tenía ni llaves, ni el motor al que todos estamos acostumbrados. Entre el caos frenético, planificamos una nueva ruta. Después de una pausa leve, ahora nos indicaba que llegaríamos con el 20% de la batería al siguiente cargador: ¡estábamos salvados! Como si fuese el último viaje de nuestras vidas, condujimos hacia nuestro siguiente destino a paso moderado. Pese a la disminución de la velocidad, el sonido ensordecedor no cesaba ni un instante. Afortunadamente, el coche seguía su camino como si nada extraordinario se cociera alrededor.
Después de cruzarnos con varios remolinos de arena y sentirnos como el único ser vivo durante hora y media, al fin llegamos al deseado pueblo de Beatty. Entre rocas y sudor, conectamos el coche al cargador, desplegamos una manta sobre el pavimento y miramos con atención en busca de la causa raíz de ese sonido infernal. ¡Eureka! Observamos como parte de la protección inferior frontal del vehículo se había desprendido y la íbamos arrastrando de malas maneras. Era como si el frontal hubiera decidido abrir su boca y tragarse todo lo que le pasaba por delante.
Como un manitas, colocamos manualmente la pieza y contactamos con el propietario. Esta vez la suerte empezaba a asomarse, pues nos dirigíamos a Las Vegas y allí se encontraba un taller oficial. Comimos sin hambre, bebimos sedientos. Acabábamos de pasar una situación agobiante y la historia de nuestra ruta con un Model S por USA aún no había terminado. ¿Qué haríamos si se tuvieran que quedar el coche en el taller? ¿Quién pagaría la reparación? ¿Nos atenderían bien? 120 millas (190 km) después saldríamos de dudas, ya que no nos quedaba más remedio que hacer una visita al Service Center de Las Vegas.
Seguimos con el capítulo 3 de nuestra Ruta con un Tesla Model S por Estados Unidos: Experiencia en un Tesla Service Center.
4 Comentarios. Dejar nuevo
Estás haciendo la misma ruta que nosotros hicimos en 2013, pero en sentido inverso (y con un monovólumen de gasolina porqué somos 5). Es una gran experiencia y coincido contigo con las sensaciones que produce atravesar Death Valley.
Súper interesante la aventura!! Menudo susto lo de los bajos!
Espero impaciente el resto
Yo estuve allí hace 4 años….a 52º grados. Es una experiencia inolvidable.
Es exactamente la misma ruta que hice con mi mujer el año pasado de viaje de novios. Es curioso, en Death Valley nos cruzamos con un Model s blanco en Artist Road. Estaba seguro que con un Tesla se podía hacer la misma ruta que hicimos nosotros. En Yosemite vi mi primer Model 3. Qué envidia de viaje.