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“Es que la gente aguanta mucho, Hugo”

La frase no es mía. Me la dijo Álvaro cuando me entrevistó para incorporarme a su empresa. Hablábamos de la capacidad que tenemos para soportar situaciones que no nos gustan. Afortunadamente, hay excepciones, como son las personas que forman el equipo de Elon Musk. Inconformistas, supongo. O gente con poco aguante.

Hasta hace cuatro días, los coches eléctricos eran poco más que un carrito de golf. Y eran eso precisamente porque no había nadie que quisiera un coche a pilas. Oferta y demanda. El pez que se muerde la cola. El huevo y la gallina. “Es que la gente aguanta mucho, Hugo”. La gente se aguantaba con lo que el mercado le ofrecía, que no era otra cosa que un vehículo con un ineficiente motor pero a un precio relativamente asequible. Y el precio era asequible porque parte del negocio venía de la mano de las costosas reparaciones y de los inevitables (e igualmente costosos) mantenimientos. Demandaba lo que se le ofrecía. No había más.

No deja de tener su gracia que al coche eléctrico lo terminara de apartar del mercado en sus inicios precisamente la incorporación del motor eléctrico al motor de combustión interna. Recordemos que los primeros coches de gasolina se ponían en marcha accionando manualmente una manivela y que cuando ésta se sustituyó por una pequeña batería que alimentaba un motor eléctrico, el arranque se convirtió en algo muy cómodo, incluso para las elegantes señoras ricas, que ya no tenían que mancharse las manos para conducir coches de gasolina.

Ésa fue la guinda que terminó de apartar al coche eléctrico del mercado. No había oferta de eléctricos porque no había demanda. Y no había demanda, porque no había oferta. La oferta se había centrado en lo que Henry Ford había ofrecido a un público cada vez mayor a un precio cada vez menor.

¿Y si Ford hubiera fabricado en serie coches eléctricos?

Sin duda la historia habría sido muy diferente. Por desgracia, los años pasaron con mínimas evoluciones en los motores térmicos y el pez se seguía mordiendo la cola, mientras los tiburones disfrutaban a los mandos de la industria del petróleo. Sólo hubo un pequeño gran intento por resucitar al coche eléctrico, a finales del s. XX, de la mano de General Motors: el famoso EV1. Por fin la oferta cambiaba y, quien pudo, lo demandó. Algunos peces dejaron de morderse a sí mismos y la gallina se dio cuenta de que el huevo era anterior a ella. Todo eran alabanzas hacia ese coche.

Los que no lo alabaron en absoluto fueron los tiburones, que vieron peligrar un negocio que llevaba funcionando durante un siglo (porque la gente aguantaba mucho). GM no tuvo más remedio que deshacerse de esos vehículos, alegando excusas más que cuestionables.

Los EV1 en el desguace

 

Para contentar a aquellos pececillos que ya no aguantaban tanto, ecologistas principalmente, el mercado empezó a ofrecer vehículos híbridos, que tuvieron una buena aceptación. Pero hubo un grupo de personas que tenía claro que ése no era el camino. Añadirle a un ya de por sí complicado sistema de propulsión otro sistema, eléctrico, dotado de una pequeña batería, era lastrar al primero y limitar al segundo, no liberando al conductor de hacer las revisiones mecánicas y no permitiéndole recorrer muchos kilómetros en modo eléctrico.

Ese equipo era el inicio de Tesla Motors. De sobra es conocido el Plan Maestro, diseñado para ofrecer al principio un vehículo atractivo (todo lo contrario a un carrito de golf) para terminar ofreciendo ese producto más asequible para poder llegar así a todo el público, tal como hizo Ford con su Modelo T. Al fin y al cabo, los coches que han triunfado en la historia han sido aquellos que han logrado venderse por millones al conductor medio (VW Escarabajo, VW Golf, Toyota Corolla, etc.)

Recuerdo ver los primeros Tesla Roadster en los reportajes del motor de la televisión francesa, y a aquel señor de avanzada edad hablando maravillas de su pequeño deportivo, con el que, no sin dificultades, recorría Francia pidiendo un enchufe en los alojamientos a los que llegaba. Aquella pequeña marca llamó mi atención y entré en su página web con verdadero interés. Aparecía de perfil y a pantalla completa un enorme sedán blanco y se anunciaba a un precio de unos 30 ó 35.000 dólares (no lo recuerdo exactamente). Lo que sí recuerdo es decirme a mí mismo: por este precio quiero uno… aunque no ande. Era realmente bonito.

Aquel sedán era un prototipo de lo que finalmente sería un Model S y el precio anunciado se correspondía con el del inminente Model 3. El Model S fue un paso intermedio (e inevitable) entre el Roadster, el caramelito de Tesla para crear un nicho de mercado (un producto que la gente quería aunque aún no lo supiera), y el Model 3.

Ahora sí. Ahora sí hay demanda. Porque hay oferta. Una oferta realmente tentadora. Y hay tal demanda que Tesla se ha visto superada por las miles de reservas de su Model 3, cosa que no ha pasado desapercibida para el resto de los fabricantes que por fin parecen mover ficha.

El pez ha dejado de morderse la cola. La vieja gallina (el obsoleto motor de combustión interna) sabe que nació de un huevo (un motor eléctrico que le liberó de la manivela en su arranque). La gente ha dejado de aguantar tanto, Hugo. Y, quien más y quien menos, hoy desea un coche eléctrico.

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